6.30.2010

Expedientes Gigno: Roma

Expedientes Gigno: Roma

Capitulo 02: Doble vida


Llegar a casa y encontrar una nota de su madre excusando su ausencia y la de su padre en la comida e indicándole que tenía una bandeja de macarrones en el horno fue una bendición para Miranda. Por lo general, intentaba no pensar en su situación, porque normalmente acababa invadida por demonios que la corroían por dentro. Por esa razón tenía que ir a una terapia psicológica. Miranda lo definía como “estrés”, aunque no sabía muy bien si ése era un nombre correcto. Desde luego, no tenía nada que ver con el estrés estudiantil con el que justificaba su asistencia quincenal a una psicóloga. Pero ya que había abierto la caja de Pandora, podía permitirse el hablar con sus demonios durante un rato. Al fin y al cabo, según decía su psicóloga, a largo plazo la única forma de vencer a los demonios era huir por completo de ellos o enfrentarse a ellos. Ya era tarde para huir, así que sólo le quedaba enfrentarse.

El gran secreto que escondía Miranda era que vivía una doble vida. Por un lado, estaba la estudiante normal de un pueblo valenciano cercano a la costa. Por el otro, un ser que Miranda escondía bajo las famosas lentillas, un ser que la asustaba y que constituía su auténtica esencia. Un ser por el que había iniciado aquella doble vida, apenas cumplidos los diez años, que la había arrastrado a situaciones que jamás imaginó.

Casi ocho años atrás, el verano posterior a su décimo cumpleaños (ocurrido en marzo, a finales de invierno) un misterioso hombre al que ella llamaba cariñosamente Charlie había ido a buscarla. O mejor dicho, a rescatarla.

Miranda veraneaba en el pueblo de su abuela, al que ella y sus padres se habían desplazado hasta aquel verano a regañadientes, pues estaba alejado de cualquier lugar con rastros de civilización y ni siquiera podía verse bien la tele. Además, hacía un calor infernal y los vecinos estaban tan aburridos de sus monótonas vidas que tenían que entrometerse continuamente en las de los demás para entretenerse.

Como hacía muchas tardes, Miranda aprovechó la hora de la siesta para pasear por un pequeño montecillo, situado al final de la calle de su abuela, conocido como el Calvario (por recordar el recorrido que Cristo hizo cargado con la cruz. De hecho, el caminito que Miranda solía recorrer estaba decorado con escenas de esa historia bíblica y terminaba en una ermita abandonada años atrás). Iba a corretear por allí desde que era niña, al principio siempre acompañada, desde hacía un tiempo sola, pues nunca iba nadie por ahí y, además, cualquier pequeño grito provocaba un eco que resonaba por medio pueblo.

Jamás se le ocurrió, ni a ella ni a nadie, que algo malo pudiera pasar en aquel caminillo. Y sin embargo, un día, pasó.

De repente, Miranda que estaba recogiendo unas florecillas cerca de la ermita, sin saber cómo, fue atrapada por un par de brazos fuertes, que la inmovilizaron y amordazaron a pesar de sus intentos por soltarse.

Forcejeando con su agresor, Miranda fue introducida a la fuerza en el interior de la ermita, donde fue atada y amordazada con una cuerda y abandonada en la oscuridad.

Allí permaneció, asustada, helada y llorosa, hasta que la luz volvió a aparecer, y, con ella, el rostro de un hombre que nunca había visto antes. Un hombre de ojos grises, casi transparentes, como los suyos, cabello castaño y una sonrisa tierna y amable que la liberó, la cubrió con una gruesa chaqueta color azul marino y la llevó en brazos hasta casa de su abuela, donde sus padres la esperaban medio histéricos, acompañados por una mujer rubia, también desconocida y con los mismos ojos que compartían Miranda y su salvador.

Poco después, Miranda supo que había permanecido secuestrada casi dos días, en los que sus padres quisieron llamar a la policía, a la guardia civil y al ejército. Pero nada de eso ocurrió. Es más, nadie en el pueblo advirtió la falta de la niña.

Casi simultáneamente a su secuestro, el hombre de cabello castaño y la mujer rubia se habían personado en casa de su abuela, buscándola. Al enterarse de que no estaba, pidieron a sus padres que no hicieran nada, que continuaran con sus vidas y excusaran la falta de su hija con un dolor de estómago que la mantenía en cama. Les aseguraron que encontrarían a la niña y la devolverían a casa, pero que eso sólo era posible si les dejaban actuar por su cuenta, sin hacer que las fuerzas del orden intervinieran. El padre de Miranda les dio cuarenta y ocho horas, y el hombre castaño encontró a la niña poco antes de que se cumpliera el plazo.

Los desconocidos se presentaron como Peter Charles y Madeleine Ducrois. Pertenecían a una sociedad secreta, integrada por personas especiales, únicas en el mundo, pero con una característica común: unos ojos carentes de color.

Charlie, como Miranda llamaba a su salvador y ahora maestro y jefe desde aquella noche, le explicó que ella no era una niña normal, sino un ser especial, muy especial.

Miranda, como Charlie y Madeleine, había nacido con una mutación genética muy extraña, que le proporcionaba una habilidad especial y provocaba la falta de color de sus ojos.

En el caso de Miranda, esta habilidad se relacionaba con telequinesis y lectura de mentes, similar a la que tenía Charlie. Madeleine era capaz de curar o matar a una persona por cualquier enfermedad.

Las personas con esta mutación eran escasas… y valiosas. Como Charlie le había dicho, decidir qué hacer con tu don era lo más complicado. Había quien lo mantenía en secreto e intentaba llevar a cabo la vida más normal posible. Otros los empleaban con fines malvados. Y por eso precisamente, otro, como Charlie y Madeleine, formaban parte de una sociedad secreta, conocida como Gigno, que se dedicaba a identificar y proteger a las personas nacidas con esa mutación de aquellos que (con mutación o sin ella) las perseguían para atraerlas a sus planes o para acabar con posibles opositores a sus actos.

Una de esas personas, precisamente, era la que había secuestrado a Miranda. Se trataba de un hombre al que aún no habían podido identificar, cuya habilidad era cambiar de aspecto (razón por la que permanecía sin identificar), que se dedicaba a cazar a personas como Miranda para entregarlas a quien lo hubiera contratado, “venderlas” al mejor postor o acabar con ellas, según le fuera necesario.

Aún no sabían si había actuado por su cuenta o había sido contratado por alguien, pero sabían que buscaban a alguien con un don extraño y poderoso. Persiguiendo a ese tipo, llegaron hasta Miranda, rescatándola casi de milagro. Rescatar con vida a quien estuviera secuestrado era prioritario a detener al secuestrador, como Miranda supo mucho después. En su caso, Miranda había sido rescatada muy poco antes de ser trasladada quien sabe dónde, y el secuestrador se escapó por muy poco. Sin embargo, Miranda aportó una pista importantísima a la investigación: en su forcejeó, consiguió morderle, y un pedacito minúsculo de piel se le quedó enredado en su ortodoncia. De esta forma, Gigno consiguió el ADN del secuestrador. No tenían con qué compararlo, pues aquel hombre era muy escurridizo y casi nunca había dejado rastro, pero podía llegar a ser algo determinante.

Aquella noche había cambiado drásticamente la vida de Miranda. Por un lado, desde esa noche tenía un miedo atroz a la oscuridad, que años de terapias (por expertos seleccionados por Gigno, como cualquier otro profesional que tuviera que tener contacto con la niña) no habían conseguido curar.

Pero, además, Miranda pasó a formar parte de Gigno, pese a la oposición de sus padres, quienes habían intentado disuadirla, pues lo veían algo muy peligroso para una niña. Pero la decisión de Miranda era firme: quería que la enseñaran a controlar mejor su don, quería ayudar a otros como ella… y quería encontrar al responsable de todo aquello.

Charlie convenció a sus padres argumentando que el don de Miranda era raro y poderoso, pues era muy extraño encontrar alguien tan joven con los ojos tan claros. Bien conducido, podía ser de vital importancia para capturar a los criminales más peligrosos. Les prometió que él en persona se ocuparía del entrenamiento y el trabajo de la niña y de garantizar que, mientras Gigno no la requiriera, ésta tendría una vida lo más normal posible.

Ese fue el inicio de la doble vida de Miranda. Desde entonces, había entrenado y aprendido mucho, pasando a formar parte, desde los catorce años, de un equipo especial de Gigno, integrado por jóvenes como ella y supervisado por Charlie y Madeleine, que recorrían el mundo encontrando a gente como ellos y desbaratando planes de gente que incluía joyitas como mafiosos, terroristas y grandes líderes del mal. A sus dieciocho años, Miranda hablaba diez idiomas, podía disparar una pistola y tenía un entrenamiento y unas capacidades físicas que nadie adivinaría en ella. Entre otras cosas, porque ese aspecto de chica normal, tirando a aburrida, formaban parte de la mentira en la que Miranda vivía: por decisión de Gigno, Miranda debía mantener un aspecto lo menos destacable posible, para poder pasar por una joven normal de cualquier país europeo (razón por la que hablaba esos diez idiomas a la perfección) Cumplir las normas y asumir el papel que Gigno te encomendaba era dos normas básicas de la sociedad.

A raíz de sus experiencias como parte del Equipo Alfa de Gigno, Miranda tenía que recibir tratamiento psicológico, por orden de la misma sociedad, pues ciertas cosas podían causar una grave impresión en adolescentes como ella.

Miranda había pasado los veranos en centros donde realizaba entrenamientos especiales (“en cursos de inglés en el extranjero”, decían sus padres), destinados, entre otras cosas, a potenciar sus poderes mentales. Ahora, era capaz de “leer” la mente de una persona mirándola a los ojos y mover algunos objetos a su alcance.

Miranda estaba muy orgullosa de sus habilidades, aunque debía mantenerlas en secreto y hacer lo imposible por no destacar. Eso la frustraba, pues sabía que era especial, diferente a los demás, es más, biológicamente hablando, era superior a ellos. Y aún así tenía que aguantar burlas, desprecios e hipocresías. Poder leer la mente de los demás era muy útil para saber quién es tu amigo o no. Por eso tenía pocos amigos y por eso Lucía era su mejor amiga. Lucía la apreciaba por quien era, sus rarezas le parecían divertidas y le tenía un cariño verdadero. Soportaba bien sus manías, como la de evitar a ciertas personas, por razones que Lucía no alcanzaba a comprender y que Miranda no podía revelarle. ¿Cómo le dices a tu mejor amiga que alguien en quien ella confía solo piensa en reírse de ella? Miranda hacía lo posible por mantener a Lucía alejada de gente que quisiera hacerle daño, aunque a veces eso era difícil (al fin y al cabo, no podía ir pregonando a los cuatro vientos sus razones para no querer juntarse con alguien) por lo que, en ocasiones, solo le quedaba sentarse a escuchar los lamentos por cosas que ella sabía que pasarían.

Por lo que respectaba a su familia, todos (o casi todos) sus parientes cercanos sabían que ella no era una niña normal, pero el tema no se tocaba, como si ignorar lo que ella hacía cuando era reclamada por Gigno convirtiera su doble vida en algo irreal. Hacía años que sus padres no querían preguntar por sus actividades, temerosos de que su hija les revelara que había acabado con un capo de la mafia o desactivado una bomba destinada a algún alto mandatario o quién sabe qué. Miranda se había acostumbrado a no hablar de su vida y de los problemas que la atormentaban, y esa costumbre se extendía a lo que venía a ser su vida normal. Otra cosa más que añadir a su terapia.



Pero Gigno también le había traído cosas buenas. Para empezar, algo en lo que descargar sus frustraciones (había desarrollado una excelente puntería, fruto de descargar adrenalina en los campos de práctica de tiro) Además, había hecho grandes amigos, por llamarlos de alguna forma.

La relación que había forjado con los miembros del Equipo Alfa, la división especial a la que pertenecía, no era exactamente de amistad, más bien era algo un poco más allá. Todos los integrantes, gente apenas unos años mayores que ella, tenían sus propias vidas (o mejor dicho, dobles vidas) fuera de la sociedad, pero a fuerza de compartir entrenamientos y experiencias se había formado un profundo vínculo entre ellos, difícil de nombrar y definir, pero existente, al fin y al cabo.

Pensó en David, Romina, Giovanni y Sergey, sus compañeros, y en Charlie y Madeleine, los responsables del equipo. Ellos estaban más cerca de ella de lo que nadie podía imaginar, más que cualquier pariente o amigo. En ese grupo nunca había preguntas ni secretos. Cada miembro era libre de hablar de lo que quisiera, desde los resultados del fútbol hasta sus problemas sentimentales, o de no hacerlo, sabiendo que los demás escucharían lo que quisiera decir y no preguntarían por lo que se deseaba guardar para uno mismo. Además, nadie mentía, pues las habilidades de Miranda y David lo hubieran revelado en cuestión de segundos. Pero ambos eran lo suficientemente discretos para conocer los pensamientos y sentimientos más íntimos de los demás y no decir nada al respecto.

Las dobles vidas de sus compañeros se dividían en dos grandes grupos, que ellos mismos llamaban “los visibles” y los “invisibles”. Los visibles hacían su vida normal como miembros conocidos por la sociedad: David y los mellizos Romina y Giovanni eran personajes conocidos por el gran público, actor y modelos, respectivamente, mientras que Miranda y Sergey permanecían en el anonimato, como dos personas corrientes a las que nadie miraría. Esto era así intencionadamente: el anonimato de Miranda y Sergey les permitía circular sin ser vistos por cualquier lugar, mientras que la popularidad de David, Romina y Giovanni, sobretodo del primero, les habrían las puertas a mundos vetados para la gente común, permitiendo la puesta en contacto con las élites mundiales. Y eso tenía su parte positiva: Miranda tenía la oportunidad de asistir a las fiestas más glamurosas (algunas como parte de su trabajo, otras por simple diversión) bajo su alter ego más utilizado, Mia Crossbow, una “amiga” de diversos famosos (algunos también parte de Gigno, a otros los conocía por asistir a ciertos eventos). Mia sabía evitar a la prensa y tenía un estilo que difícilmente se podría adjudicar a la sencilla Miranda, por lo que la doble vida quedaba salvaguardada por ropa exclusiva, capas de maquillaje… y unas lentillas azules.

Por eso sabía Miranda de moda (por eso y porque Romina era una auténtica experta, que solía ayudarla a escoger qué ponerse y qué no).

Los pensamientos de Miranda se vieron interrumpidos por un pitido particular, que hizo que casi se cayera de la cama.

- Que sea mi móvil, que sea mi móvil, que sea mi móvil… – rogó, sin demasiadas esperanzas. Pero, como ya suponía, su móvil no era. De modo que, con un suspiro, abrió el cajón de su mesita de noche y rebuscó hasta sacar un aparato idéntico a su teléfono, pero con unas “prestaciones” bastante particulares. Descolgó, pues no atender la llamada no tenía ningún sentido. La persona que la buscaba la encontraría de cualquier manera.

- ¿Sí? – cruzó los dedos y prometió a la divinidad que estuviera de guardia convertirse a su religión si le respondían algo como “Hola, soy Pepito Pérez, llamo desde Timophone para hablarle de la nueva promoción…”

- Tienes trabajo – a Miranda le encantaba el acento británico de Charlie. Le hacía sentir como en una película de James Bond.

- Charlie, me voy a Roma la semana que viene. ¿No puede esperar?

- Ya sabes que nuestro trabajo no admite esperas.

- ¡Pero es mi viaje de fin de curso! Y voy con mi mejor amiga. Charlie, no-puedes-hacerme-esto.

- Lo siento, Mia, esto son lentejas.

- ¿Y si me las dejo?

- Eso no es posible.

- Me lo temía…

- Alguien se pondrá en contacto contigo allí para darte instrucciones. Estate preparada.

- Charlie…

- ¿Qué?

- ¿Te importaría firmarme un justificante para mis profes? Algo como “yo, Peter Charles, jefe de un grupo ultrasecreto de seguridad, autorizo a la agente especial Miranda Ballester, alias Mia Crossbow, a realizar una misión especial altamente peligrosa en la ciudad de Roma”.

- Muy gracioso, Mia.

- ¿Y cómo quieres que desaparezca y aparezca de mi grupo alegremente?

- Te tenía por una experta en salirte con la tuya…

- Charlie, mi profesora está en estado de histeria desde antes de salir, imagínate cuando salgamos del país…

- Pensaremos en algo, Mia, tranquila.

- ¿Y no podéis dejarme en la reserva solo por esta vez?

- Ni lo sueñes, encanto. Te necesitamos.

Miranda colgó, haciendo un mohín, y arrojó el aparato contra la almohada. Las misiones eran emocionantes y le añadían algo interesante a la vida, pero a veces llegaban en los momentos más inoportunos. La joven ya se imaginaba inventando excusas que nadie creería e ingeniándoselas para quedarse a solas, despertando el recelo de sus profesores y los murmullos de sus compañeros.

- Os odio. Os odio mucho. Mucho, mucho, mucho – le escupió al teléfono, pensando en lo que se divertirían sus compañeros.

Ella era la que tenía más dificultades a la hora de escaparse para completar sus misiones. David, Romina y Giovanni campaban libremente por el mundo sin que nadie se preocupara por ello. Sergey provenía de una república ex soviética donde nadie le iba a echar demasiado en falta. Pero Miranda tenía una vida completa, una familia y unos amigos que se preguntaban donde se metía. Sus padres sabían lo que hacía e intentaban disculparla, pero lo cierto es que Miranda había faltado a un sinfín de reuniones familiares y quedadas con los amigos, por no hablar de clases, excursiones y viajes de estudios. Gigno lo gestionaba de forma que ella pudiera seguir su vida de una forma más o menos normal, pero las misiones tenían que resolverse en persona, no a distancia.

Sí, sin duda, David se iba a divertir con sus escapadas. Siempre lo hacía. Le encantaba burlarse de la ajetreada vida de Miranda, quien casi siempre iba acompañada por un libro de texto o unos apuntes para hacer un trabajo o estudiar un examen. Y le encantaba también oírla hablar por teléfono con una amiga, disculpándose por no poder ir al cine con la excusa de tener que ir a una reunión familiar, cuando en realidad se encontraba liberando a un alto ejecutivo americano de la mafia china o algo similar.

Miranda se dejó caer en la cama. Si tenía que escaparse, más le valía empezar a pensar en formas.

6.29.2010

Breve manual para el uso y disfrute de este blog

Breve manual para el uso y disfrute de este blog

Aquí intentaré explicar brevemente cómo está concebido este blog y por qué tiene lo que tiene.


Intención y finalidad

El único propósito de este blog es publicar las historias y fics que se me van ocurriendo. NO es un blog personal, que también tengo. Así pues, la mayoría de las entradas son creaciones mías, ficciones que mis dedos teclean lo más rápido posible, antes de que otro pensamiento las borre. ¿Quiero que la gente lo lea? Evidentemente, si no, no publicaría mis historias. ¿Quiero que guste? Ojalá, pero para gustos los colores. Espero que todo el mundo disfrute leyendo mis historias, pero si a alguien no le gustan... pues mala suerte, qué le voy a hacer.

Links

No tengo problema en afiliar a la gente (ya veis, soy muy maja) es más, me encantaría tener una lista enorme de enlaces. La única condición que pongo es un enlace a mi site, y si es un blog de blogger, un enlace también a este.  Aseguraos de que mi botoncito (o enlace) está visible antes de enviar vuestra solicitud, porque no afiliaré a nadie antes de verlo.

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Historias y fics

En la barra lateral, donde pone "Historias", encontrareis enlaces. El número que le sigue son los post (generalmente capitulos) bajo esa etiqueta, que se corresponde con el título de la historia en cuestión. Si aparece [FF] detrás de un título significa que es un fic, sino, es una historia propia. A lo mejor os suena algún fic, porque he publicado algo (hace como un par de siglos) en FanFiction.Net

Y eso es to y eso es to y eso es todo amigos

Hasta aquí la mini guía, actualizable en caso de futuras dudas. Espero que os haya sido útil, comentarios y dudas en este mismo post, gracias.

¡Que disfruteis!

Expedientes Gigno: Roma

Expedientes Gigno: Roma

Capitulo 01: Planes de viaje

- ¡¡¡Tiiiiiia, que la semana que viene nos vamos a Roma!!! ¡¡¡Que nos vamos a Roma, capital de Italia!!! ¡¡¡Con los romanos, capitanes de los tios buenos!!!

Miranda apartó un poco el teléfono de su oreja, temiendo que los gritos de su mejor amiga, Lucía, la dejaran sorda. Con los ojos en blanco, intentó cortar la alegría de su amiga. Al fin y al cabo, tan solo llevaba un cuarto de hora despierta y aún no era persona.

- Vale, Lucy, YA SÉ que el viaje a Roma es la semana que viene y que vamos a ligarnos a todo bicho viviente, pero ¿te importa dejar de gritármelo?

- Hija, que me mala leche…

- Es que acabo de levantarme y mi cerebro sigue medio dormido… y ya sabes el mal despertar que tiene. Bueno, ¿me has llamado por alguna razón en particular o sólo para dejarme sorda?

- Llamaba para ver si mi mejor amiga estaba en condiciones de acompañarme a hacer unas compras, dile que me llame cuando se le pase el mal humor, ¿vale? ¡Gracias!

- Espera, espera… que si me das media hora para vestirme, comer algo y convencer a mi cerebro de portarse como una persona, puedes llevarme a donde quieras…

- No me tientes… de momento, me conformo con que me acompañes a la librería y a un par de tiendas. Pero arréglate tranquila, que yo también me acabo de levantar, hace una horita de nada, y aún estoy en pijama y sin peinar. Paso a buscarte en un rato, ¿eh? Unos tres cuartos de hora, no más. Hasta ahora.

- Hasta ahora…

Tras colgar, Miranda se quedó mirando fijamente el teléfono inalámbrico, preguntándose cómo una persona podía llevar levantada “una horita de nada” y seguir tranquilamente en pijama. Podía imaginarse perfectamente a Lucía tirada en el sofá, viendo alguna de las series de adolescentes que solían programar las televisiones para las mañanas de las vacaciones.

- Cómo se nota que no tiene mascotas, ¿verdad, Nemi? – le dijo a su perra, una mezcla entre pastor belga y podenco de pelaje completamente negro – Ni una madre trabajando y un padre en paradero desconocido… ¡ni un gato cabrón! – añadió sacudiendo el pie derecho para que el minino la soltara - ¿Dónde está papá, Nemi? ¿Le llamamos, a ver dónde demonios se ha metido? – el animal se limitó a mirar a su amita marcar números en el teléfono, mientras movía alegremente la cola – Ay, que alegre es la vida de animal casero…

Una hora más tarde, Miranda y Lucía paseaban por una avenida del pueblo en el que vivían, en la que se concentraban casi todas las tiendas dignas de ser visitadas por dos jóvenes recién graduadas en el instituto.

- …y entonces va y me dice que no pensaba decirle nada. ¿Tú te crees? Pobre chaval… es que a veces se pasa, ¿verdad? – Lucía detuvo de golpe su parloteo, al darse cuenta de que Miranda no la escuchaba. Miranda, por su parte, parecía distraída, mirando un vestido – Y luego apareció un dragón morado lanzando fuego verde y nos llevó al mundo de Oz. ¡Mira!

- ¿Eh?

- Que un dragón nos llevó al mundo de Oz. ¿En qué mundo habitas tú?

- Te estaba escuchando, Lucy.

- Ya, claro, y yo tengo la cinturita de ese maniquí que te tiene obsesionada.

Miranda evaluó el reflejo de su amiga en el escaparate. Lucía era una chica de hueso ancho, como ella. Ambas tenían caderas amplias y solían quejarse por estar “algo pasadas de peso”, aunque el chocolate les gustaba demasiado como para poder hacer un régimen demasiado estricto. De cualquier manera, hacía un par de años que Lucía y ella habían decidido ponerse en serio con el tema de su cuerpo, pues estaban convencidas de que su peso, o al menos la forma de su cuerpo, era la causa por la que los chicos las rehuían. Aunque Miranda tenía serias dudas acerca de la veracidad de esa aseguración, Lucía, en su momento, estuvo plenamente convencida, así que ambas hicieron un pacto a los quince años: ponerse en forma, perder al menos dos tallas y conseguir un novio al cumplir los dieciocho. Los dieciocho habían llegado, seguían solteras y los buenos propósitos sobre alimentación sana y ejercicio diario habían desaparecido hacía tiempo. Aún así, ambas habían reducido visiblemente su volumen (aunque puede que una estabilización hormonal y unos centímetros más de altura ayudaran)

Miranda sabía que su amiga era bonita: tenía unos ojos preciosos, ocultos tras un maquillaje que no les sacaba todo el partido, y un pecho más que bonito, además de una preciosa melena color castaño oscuro, casi negro. Miranda estaba convencida de que con un buen peinado y ropa y maquillaje más acordes a su color de piel, ojos y cabello, pues el estilo de su amiga no era lo más adecuado para sacarse partido. Claro que sus gustos provenían de las revistas de moda para adolescentes, cuyo gusto estético era más que cuestionable para cualquiera que entendiera de la auténtica moda. Además, la ropa de Lucía, aunque abundante, no era de la mejor calidad, algo que resultaba evidente para quien acostumbrara a llevar tela y zapatos de buena calidad, pero no para la gente del pueblo en el que vivían, cuya juventud, cortada por el mismo patrón, respondía a las modas fijadas por las grandes cadenas de ropa, que en muchos casos vendían prendas de peor calidad a mayor coste. Pero eso era algo que Miranda jamás le diría a su amiga, una auténtica apasionada de la moda y las compras. En parte porque era su mejor amiga y no quería herirla por algo que, en el fondo, no era más que una cuestión superficial, en parte porque tendría que explicarle por qué era una repentina experta en moda y estilismo, cuando en el pueblo era conocida por ir vaqueros y zapatillas, coleta y sin maquillar.

- Oye… si tanto te gusta ese vestido, ¡entra y pruébatelo!

Miranda intentó resistirse, argumentando que probablemente no estaría su talla o le quedaría mal. No le dijo la verdadera razón por la que se había quedado mirando ese vestido.

- Vamos, probárselo es gratis – Lucía empujó a su amiga dentro del probador.

Sabiendo que su amiga no la dejaría tranquila hasta que le viera el vestido puesto, Miranda se cambió rápidamente. Al verse con el vestido puesto, suspiró. Era un vestido bastante bonito, de color azul oscuro, dos tirantes amplios y con un bonito fruncido en la zona del pecho. La tela era ligera, pues estaba pensado para ser utilizado en días soleados.

- “Muy parecido al que llevé en la fiesta de los premios Lawrence Olivier*… salvo que este está pensado para pasear bajo el sol y el otro era un diseño exclusivo de Dior, claro. Pero el color es idéntico y la forma…” – La mente de Miranda voló a una fiesta a la que asistió un par de meses atrás, llena de gente elegante y rica, como acompañante de uno de los chicos más guapos del mundo. Una auténtica noche de ensueño. Pero Miranda no se engañaba, había asistido a esa fiesta por razones laborales, no por placer. Y precisamente por esas razones, no podía contar a nadie que había asistido a esa fiesta. Y por eso no podía explicar por qué aquel vestido le había llamado la atención.

Los ojos de Lucía se abrieron de sorpresa al ver a su amiga.

- ¡Mira! ¡Ese vestido te está como un guante! Deberías comprarlo y llevártelo al viaje.

- Ya, y patearme Roma con un vestido bien corto y unos tacones de quince centímetros.

- Mujer, también quedará bien con unas sandalias…

- No, este vestido necesita unos zapatos de tacón blancos y un bolso de mano – comentó distraídamente Miranda, mirándose y remirándose en el espejo, medio perdida aún en sus recuerdos.

- ¡Jooooé con la experta en moda!

Miranda se mordió la lengua, consciente de que aquello le tenía que haber sonado muy raro a su amiga. Al fin y al cabo, se suponía que Miranda Ballester no se preocupaba por la moda.

- Bueno, es que el otro día estuve en la consulta de la psicóloga y me tocó esperar un buen rato… Así que me puse a mirar unas revistas de moda que tenía por ahí y en una había un vestido muy parecido a éste, decía como combinarlo y tal – se explicó.

- Ah, ¿sigues yendo a la psicóloga? Creía que tu problema era es estrés…

- Y lo es.

- ¿Entonces…?

- ¿Entonces qué?

- Bueno, me imaginaba que, ahora que ya hemos terminado el curso y el selectivo, tu estrés habría desaparecido.

- “Ay, Lucía, si yo te contara el tipo de estrés que yo tengo…” – pensó Miranda – Sí, bueno, ya estoy mejor, aunque aún tengo un par de cosillas pendientes…

- ¿Ah, sí? ¿Cómo cuales? ¿Un chico que te trae por la calle de la amargura?

Miranda sintió un escalofrío.

- “Tranquila, Lucía es sólo una chica muy intuitiva… y ni eso, está de broma” – puso los ojos en blanco, fingiendo hartazgo – No, nada de chicos. Solo soledad provocada por una amiga que me tiene abandonada – la pinchó en broma.

- Bueno, tranquiiiiila. Ahora que ya no me juego mi futuro en un puñadito de folios, puedo sacarte a pasear cada vez que tengas que hacer tus necesidades.

Una sandalia salió volando de detrás de la cortina que ocultaba a Miranda. Lucía la atrapó al vuelo, riendo.

- Ay, Mia, estas sandalias son preciosas…

- ¿Sí? Me las compré en Roma, cuando fui con mis padres. Tenía unas que se rompieron y tuvimos que entrar en la primera zapatería que encontramos. Costaron una pasta, pero son bonitas y muy cómodas.

Al salir del probador, Miranda se sorprendió por la mala cara que tenía su amiga. Su habitual alegría se había esfumado y parecía preocupada, con la mirada aún en la sandalia.

- ¡Lucy! ¿Qué pasa?

Lucía volvió de donde quiera que su mente estuviera y esbozó una sonrisa para tranquilizar a su amiga.

- Nada – dijo, jugueteando con la sandalia – Es que de repente me ha venido una mala sensación, como si fuera a pasar algo malo… Qué tontería. Estamos de vacaciones, hemos terminado el instituto para siempre y la semana que viene nos vamos a Roma. ¿Qué puede ir mal?

- Mmmm… no sé, ¿que los macizos italianos que nos vamos a ligar tengan novias campeonas de lucha grecorromana, tal vez? – bromeó Miranda, intentando evitar que su amiga notara el escalofrío que le había recorrido la espalda.

- O que todos los italianos potables estén de vacaciones – continuó Lucía, deseosa de recuperar el buen humor.

- Bueno, sea lo que sea, saldremos adelante. Oye… ¿piensas devolverme la sandalia o tengo que irme descalza a casa?

Siguieron paseando y bromeando durante un rato, mirando tiendas y probándose ropa, en busca de algo “completamente ideal que nos haga parecer dos diosas, para que todos los italianos caigan rendidos a nuestros pies”.

Ya sola, de camino a casa, Miranda dejó que la alegría se esfumara y los pensamientos que había estado evitando toda la mañana camparan libremente por su mente.

Se paró en un escaparate, para fingir que se miraba y, así, poder controlar mejor las lágrimas que estaban a punto de caer por sus mejillas. Era un ejercicio que había aprendido hace tiempo: fingir mirar un escaparate y aprovechar para hacer otra cosa, como controlar sentimientos que no interesaba mostrar u observar a quien pasara por la calle en ese momento.

Miranda buscó la mirada de su reflejo, intentando, como solía hacer cuando se enfrentaba a un espejo (algo que siempre le había costado), encontrarse a sí misma. Cualquiera diría que una anodina chica de cabello castaño cobrizo y ojos marrones, cuyo aspecto físico no llamaba la atención, escondía tantos secretos… y tantas mentiras. Empezando por su color de ojos. Sus iris eran de color gris, casi transparentes. Eso los hacía muy sensibles a la luz solar y, además, destacaban enormemente. Por eso los ocultaba bajo unas lentillas marrones. Muy poca gente conocía ese secreto. Lucía era una de las pocas personas a quien había revelado el verdadero color de sus ojos, tras hacerle jurar que jamás diría nada. Le dijo que, por alguna extraña mutación genética, su iris carecía de color y que debía usar unas lentillas especiales que lo protegieran para no sufrir ninguna lesión. Por eso utilizaba esas lentillas que le daban a sus ojos un color marrón oscuro. Pero aquello había sido una mentira, como la mitad de su vida.

El color, o mejor dicho, la falta de color, de su iris se debían, en efecto, a una mutación genética, pero ni el sol ni ningún otro tipo de luz podían dañar sus ojos, ya que, salvo por el color, eran ojos completamente normales. Lo que escondían esas lentillas era un secreto mucho más complicado, un secreto que Miranda ni podía ni sabía cómo revelar a su amiga.

El problema era que, desde hacía tiempo, venía detectando en su amiga señales que podían indicar que ambas se parecían más de lo que Lucía sospechaba. Sus ojos eran el primer indicador: aunque siempre habían sido de color verde claro, lo cierto es que Miranda apostaría cualquier cosa a que, desde hacía un par de años, los ojos de su amiga habían palidecido levemente, de una forma tan gradual que tan solo alguien que conociera ese síntoma podría detectar.

Y luego estaba esa magnífica intuición que tenía Lucía para las cosas. Solía bromear diciendo que podía predecir el futuro, ya que, quien sabe por qué, si Lucía decía que algo bueno o algo malo iba a pasar, acababa por pasar. Claro que, por lo general, la vida se componía de una sucesión de cosas buenas o malas, así que tampoco era tan raro. Aunque alguna vez Lucía había hecho “predicciones” más concretas que habían resultado ser bastante exactas. De nuevo, la coincidencia entre los presentimientos de Lucía y los hechos ocurridos sólo significaban algo para quien supiera lo que aquello podía significar.

Miranda lo sabía bien, y rezaba para que tan sólo fueran paranoias suyas, ya que lo que podía haber detrás de la intuición de Lucía, lo que la propia Miranda escondía bajo sus lentillas era algo que podía acabar destrozando la vida de una persona. Y Miranda no quería ver a su amiga en una situación como la suya

 
 
 
 
 
 
 
* Premios Lawrence Olivier: galardón del teatro británico.

Cuentos de Hadas: La Bella y La Bestia

Cuentos de Hadas: La Bella y La Bestia

Capitulo 01

Seguro que alguna vez habéis leído un cuento de hadas. Seguro que os habéis imaginado como un príncipe o una princesa. Seguro que habéis soñado con correr aventuras en mundos de fantasías.



Todos hemos soñado con mundos de ilusión en los que la felicidad se encuentra tras vencer al monstruo o a la bruja. Sí, todos hemos soñado con vivir un cuento de hadas. Pero, ¿qué pasa cuando el cuento se convierte en realidad?



Me llamo Beatriz Riel. Y este es mi “cuento de hadas”.


- ¡Ay! ¡Mierda!

Beatriz miró con furia al conductor que acababa de salpicarle, deseándole los peores males. Aquel no estaba siendo un buen día. Para empezar, se había dormido y casi llega tarde a clase de literatura, algo muy grave para Doña Marcela, la profesora, hermana mala de la señorita Rottenmeier. Después, descubrió que se había olvidado un trabajo importante y había tenido que pasarse un cuarto de hora suplicándole al profesor que le diera un dia más, para evitar el suspenso. Ahora estaba en la calle, sorteando como buenamente podía los charcos (o, mejor dicho, lagunas) de la calle, intentando llegar a la librería sin mojarse demasiado, algo bastante complicado cuando está cayendo el Diluvio Universal. Para colmo, un conductor descerebrado había pasado a toda velocidad y había dejado sus pantalones nuevos (y carísimos) reducidos a una cosa marrón y mojada. Al menos, era viernes, lo cual significaba que pasarían dos días antes de volver al condenado instituto. Lo malo era que primero tenía que evitar ahogarse de camino a la librería y, al día siguiente, soportar el cumpleaños de su “adorable” prima Diana, que cumplía seis años.

- “Ánimo, Bea, que ya queda menos…”

Vislumbró la puerta de la librería entre la cortina de lluvia y, despreocupándose por si el paraguas la cubría o no (total, ya estaba empapada) correteó, intentando no resbalar, para ponerse a cubierto cuanto antes.

A decir verdad, las cosas hubiesen sido mucho más sencillas si Beatriz se hubiese limitado a acercarse a la librería del centro comercial frente al que vivía, en lugar de callejear hasta aquella pequeña tienda. Pero, por alguna extraña razón, desde que descubrió aquella librería callejeando por la ciudad, no había querido pisar otra.

El lugar rezumaba un aura a librería de las de antes. Estaba repleta de estanterías, atestadas de libros de todo tipo, casi todos de aspecto antiguo. Mil historias de mil autores desconocidos que atraían a Beatriz con un magnetismo especial. También había una mesa, donde la dueña, una anciana arrugada cuya edad era difícil de establecer, guardaba una enorme caja (no tenía caja registradora, ni calculadora) donde metía y sacaba dinero, según conviniera. Por no tener, no tenía ni bolsas y un ligero polvo (polvo de libro y pergamino) flotaba en el ambiente. Una librería que, según le parecía a Beatriz, podía llevar ahí desde antes de que se inventara la imprenta, sin variar su aspecto en lo más mínimo. Beatriz nunca había visto a nadie, salvo a la anciana y a ella misma, en el interior de la tienda, pero la mujer no parecía tener problemas con las ventas, a juzgar por el ruido de la caja y la cantidad de libros (algunos amarillentos y polvorientos, otros nuevos y relucientes) que ocupaban el lugar.

Aquella librería la hechizaba, la seducía. Beatriz solía pasar horas enteras examinando las estanterías, sin que la mujer reparase apenas en ella ni dijera nada, y, a menudo, compraba algún que otro libro. Extrañamente, la mujer siempre tenía el libro que ella buscaba, ya fuera algo recién salido, ya fuera una edición extraña o estuviera en otro idioma. Y, además, cualquier cosa que Beatriz encontrara se ajustaba al dinero que llevara encima, independientemente de la cantidad.

De vez en cuando, un escalofrío recorría la espalda de Beatriz, especialmente cuando su mirada se encontraba con la de la anciana, pero, aún así, aquella librería era especial. Mágica.

- ¿Buscas algo en concreto?

La voz de la anciana la sobresaltó. Beatriz había estado tanteando las estanterías distraídamente, sin reparar en lo empapada que estaba.

- ¿Eh? ¡Oh! – le costó un poco identificar a su anfitriona, encorvada tras la mesa – Lo siento, estoy un poco mojada. Llueve mucho fuera – se excusó – No se preocupe, no estropearé nada.

- No me preocupa. Sé que te gustan los libros y que nunca harías nada que los estropeara. Pero no quiero que mojes toda la tienda, hay demasiado polvo, no quiero que se convierta en barro.

Beatriz pudo sentir cómo sus mejillas se encendían. Agradeció que su melena mojada se pegara a ellas, tapando su sonrojo.

- Buscaba algo para una niña de seis años… pero no creo que tenga nada…

- La vieja Esther siempre tiene lo indicado – refunfuñó la anciana – Mira en ese rincón.

Beatriz se encaminó hacia donde la mujer le indicaba. Allí encontró un sinfín de libros de cuentos. Empezó a curiosearlos, rezando por encontrar algo que se ajustara a los gustos de su prima.

- ¿Sabe? No creo que esto se ajuste a los gustos de mi prima. Los niños de ahora quieren algo muy comercial, no sé si me explico.

- ¿Qué hay más comercial que un cuento de hadas? Llevan contándose desde que el mundo es mundo.

Beatriz asintió, distraída. Arrodillada junto a la estantería, sopesó dos libros, intentando decidir cuál de los dos sería más indicado para su prima. A su espalda, la anciana esbozó una extraña sonrisa.

- Huummm… No sé. Esta edición de La Bella y La Bestia parece preciosa, pero creo que este libro de Un Cuento Para Cada Noche puede serle más divertido…

- Llévate ambos.

- No sé si llevo suficiente dinero.

- Te haré precio. Al fin y al cabo, ¿quién soy yo para impedir que una pequeña se acerque a la lectura?

Beatriz se levantó y se volvió hacia la anciana, con la mirada fija en la portada de La Bella y La Bestia.

- Es que… La Bella y La Bestia parece más bonito, pero es una niña muy pequeña y este libro parece tan delicado…

- Quédatelo tú. Una edición bonita de tu historia favorita.

Aquel comentario hizo que Isabella apartara por fin la vista del libro. ¿Cómo sabía aquella mujer cuál era su historia favorita? Sacudió la cabeza. Probablemente, la mujer había hecho un comentario fortuito, basándose en la fascinación que le producía el libro. Al verla dudar, la anciana insistió.

- Cógelo. Te lo regalo.

- No puedo aceptarlo.

- Tómalo como un regalo por ser una clienta tan fiel.

Beatriz lo meditó durante unos instantes. Por un lado, no quería aceptar un libro que debía valer una fortuna, a juzgar por los delicados grabados con los que estaba decorado. Además, había algo en él que la atraía y la asustaba por igual, aunque no sabía qué. Pero, por otra parte, no quería ofender a la anciana rechazando un regalo tan bonito.

- Bueno… pero no le acepto nada más.

Pagó el libro de cuentos para su prima y embutió ambos volúmenes en su mochila como buenamente pudo, intentando no estropearlos. Después volvió a enfrentarse a la lluvia, rezando para llegar a casa sin ahogarse por el camino.

Al verla salir, la anciana volvió a esbozar la extraña sonrisa que había puesto antes, cuando Beatriz cogió el libro. Una sonrisa que podría tildarse de siniestra.

- Disfruta de tu cuento de hadas, Beatriz Riel.



Y así, sin que yo fuera consciente de lo que estaba a punto de suceder, el destino firmó mi sentencia. Ojalá nunca hubiera entrado en la librería de la vieja Esther…





















Bienvenida

Hola a todos los que quieran entrar aquí. Bienvenidos y bienvenidas a mi castillo de cristal, edificado entre las nubes y poblado por mis sueños.

Aqui encontrareis mis historias, todas aquellas que mi castillo guarda entre sus puertas. No sé si son buenas o malas, no sé si son correctas, no se si gustan, pero son mis historias y estoy orgullosa de ellas.

Estais invitados a leerlas y dejarme vuestra opinión y vuestra crítica. Cualquier comentario será bien recibido, excepto aquellos que demuestren educación escasa.

Espero que los que me leáis disfrutéis tanto como disfruto yo escribiendo. Si os gusta lo que veis, recomendadlo. Si no, olvidad que lo habéis leído.

Gracias a todos por atravesar esta puerta.

~ Amy