6.30.2010

Expedientes Gigno: Roma

Expedientes Gigno: Roma

Capitulo 02: Doble vida


Llegar a casa y encontrar una nota de su madre excusando su ausencia y la de su padre en la comida e indicándole que tenía una bandeja de macarrones en el horno fue una bendición para Miranda. Por lo general, intentaba no pensar en su situación, porque normalmente acababa invadida por demonios que la corroían por dentro. Por esa razón tenía que ir a una terapia psicológica. Miranda lo definía como “estrés”, aunque no sabía muy bien si ése era un nombre correcto. Desde luego, no tenía nada que ver con el estrés estudiantil con el que justificaba su asistencia quincenal a una psicóloga. Pero ya que había abierto la caja de Pandora, podía permitirse el hablar con sus demonios durante un rato. Al fin y al cabo, según decía su psicóloga, a largo plazo la única forma de vencer a los demonios era huir por completo de ellos o enfrentarse a ellos. Ya era tarde para huir, así que sólo le quedaba enfrentarse.

El gran secreto que escondía Miranda era que vivía una doble vida. Por un lado, estaba la estudiante normal de un pueblo valenciano cercano a la costa. Por el otro, un ser que Miranda escondía bajo las famosas lentillas, un ser que la asustaba y que constituía su auténtica esencia. Un ser por el que había iniciado aquella doble vida, apenas cumplidos los diez años, que la había arrastrado a situaciones que jamás imaginó.

Casi ocho años atrás, el verano posterior a su décimo cumpleaños (ocurrido en marzo, a finales de invierno) un misterioso hombre al que ella llamaba cariñosamente Charlie había ido a buscarla. O mejor dicho, a rescatarla.

Miranda veraneaba en el pueblo de su abuela, al que ella y sus padres se habían desplazado hasta aquel verano a regañadientes, pues estaba alejado de cualquier lugar con rastros de civilización y ni siquiera podía verse bien la tele. Además, hacía un calor infernal y los vecinos estaban tan aburridos de sus monótonas vidas que tenían que entrometerse continuamente en las de los demás para entretenerse.

Como hacía muchas tardes, Miranda aprovechó la hora de la siesta para pasear por un pequeño montecillo, situado al final de la calle de su abuela, conocido como el Calvario (por recordar el recorrido que Cristo hizo cargado con la cruz. De hecho, el caminito que Miranda solía recorrer estaba decorado con escenas de esa historia bíblica y terminaba en una ermita abandonada años atrás). Iba a corretear por allí desde que era niña, al principio siempre acompañada, desde hacía un tiempo sola, pues nunca iba nadie por ahí y, además, cualquier pequeño grito provocaba un eco que resonaba por medio pueblo.

Jamás se le ocurrió, ni a ella ni a nadie, que algo malo pudiera pasar en aquel caminillo. Y sin embargo, un día, pasó.

De repente, Miranda que estaba recogiendo unas florecillas cerca de la ermita, sin saber cómo, fue atrapada por un par de brazos fuertes, que la inmovilizaron y amordazaron a pesar de sus intentos por soltarse.

Forcejeando con su agresor, Miranda fue introducida a la fuerza en el interior de la ermita, donde fue atada y amordazada con una cuerda y abandonada en la oscuridad.

Allí permaneció, asustada, helada y llorosa, hasta que la luz volvió a aparecer, y, con ella, el rostro de un hombre que nunca había visto antes. Un hombre de ojos grises, casi transparentes, como los suyos, cabello castaño y una sonrisa tierna y amable que la liberó, la cubrió con una gruesa chaqueta color azul marino y la llevó en brazos hasta casa de su abuela, donde sus padres la esperaban medio histéricos, acompañados por una mujer rubia, también desconocida y con los mismos ojos que compartían Miranda y su salvador.

Poco después, Miranda supo que había permanecido secuestrada casi dos días, en los que sus padres quisieron llamar a la policía, a la guardia civil y al ejército. Pero nada de eso ocurrió. Es más, nadie en el pueblo advirtió la falta de la niña.

Casi simultáneamente a su secuestro, el hombre de cabello castaño y la mujer rubia se habían personado en casa de su abuela, buscándola. Al enterarse de que no estaba, pidieron a sus padres que no hicieran nada, que continuaran con sus vidas y excusaran la falta de su hija con un dolor de estómago que la mantenía en cama. Les aseguraron que encontrarían a la niña y la devolverían a casa, pero que eso sólo era posible si les dejaban actuar por su cuenta, sin hacer que las fuerzas del orden intervinieran. El padre de Miranda les dio cuarenta y ocho horas, y el hombre castaño encontró a la niña poco antes de que se cumpliera el plazo.

Los desconocidos se presentaron como Peter Charles y Madeleine Ducrois. Pertenecían a una sociedad secreta, integrada por personas especiales, únicas en el mundo, pero con una característica común: unos ojos carentes de color.

Charlie, como Miranda llamaba a su salvador y ahora maestro y jefe desde aquella noche, le explicó que ella no era una niña normal, sino un ser especial, muy especial.

Miranda, como Charlie y Madeleine, había nacido con una mutación genética muy extraña, que le proporcionaba una habilidad especial y provocaba la falta de color de sus ojos.

En el caso de Miranda, esta habilidad se relacionaba con telequinesis y lectura de mentes, similar a la que tenía Charlie. Madeleine era capaz de curar o matar a una persona por cualquier enfermedad.

Las personas con esta mutación eran escasas… y valiosas. Como Charlie le había dicho, decidir qué hacer con tu don era lo más complicado. Había quien lo mantenía en secreto e intentaba llevar a cabo la vida más normal posible. Otros los empleaban con fines malvados. Y por eso precisamente, otro, como Charlie y Madeleine, formaban parte de una sociedad secreta, conocida como Gigno, que se dedicaba a identificar y proteger a las personas nacidas con esa mutación de aquellos que (con mutación o sin ella) las perseguían para atraerlas a sus planes o para acabar con posibles opositores a sus actos.

Una de esas personas, precisamente, era la que había secuestrado a Miranda. Se trataba de un hombre al que aún no habían podido identificar, cuya habilidad era cambiar de aspecto (razón por la que permanecía sin identificar), que se dedicaba a cazar a personas como Miranda para entregarlas a quien lo hubiera contratado, “venderlas” al mejor postor o acabar con ellas, según le fuera necesario.

Aún no sabían si había actuado por su cuenta o había sido contratado por alguien, pero sabían que buscaban a alguien con un don extraño y poderoso. Persiguiendo a ese tipo, llegaron hasta Miranda, rescatándola casi de milagro. Rescatar con vida a quien estuviera secuestrado era prioritario a detener al secuestrador, como Miranda supo mucho después. En su caso, Miranda había sido rescatada muy poco antes de ser trasladada quien sabe dónde, y el secuestrador se escapó por muy poco. Sin embargo, Miranda aportó una pista importantísima a la investigación: en su forcejeó, consiguió morderle, y un pedacito minúsculo de piel se le quedó enredado en su ortodoncia. De esta forma, Gigno consiguió el ADN del secuestrador. No tenían con qué compararlo, pues aquel hombre era muy escurridizo y casi nunca había dejado rastro, pero podía llegar a ser algo determinante.

Aquella noche había cambiado drásticamente la vida de Miranda. Por un lado, desde esa noche tenía un miedo atroz a la oscuridad, que años de terapias (por expertos seleccionados por Gigno, como cualquier otro profesional que tuviera que tener contacto con la niña) no habían conseguido curar.

Pero, además, Miranda pasó a formar parte de Gigno, pese a la oposición de sus padres, quienes habían intentado disuadirla, pues lo veían algo muy peligroso para una niña. Pero la decisión de Miranda era firme: quería que la enseñaran a controlar mejor su don, quería ayudar a otros como ella… y quería encontrar al responsable de todo aquello.

Charlie convenció a sus padres argumentando que el don de Miranda era raro y poderoso, pues era muy extraño encontrar alguien tan joven con los ojos tan claros. Bien conducido, podía ser de vital importancia para capturar a los criminales más peligrosos. Les prometió que él en persona se ocuparía del entrenamiento y el trabajo de la niña y de garantizar que, mientras Gigno no la requiriera, ésta tendría una vida lo más normal posible.

Ese fue el inicio de la doble vida de Miranda. Desde entonces, había entrenado y aprendido mucho, pasando a formar parte, desde los catorce años, de un equipo especial de Gigno, integrado por jóvenes como ella y supervisado por Charlie y Madeleine, que recorrían el mundo encontrando a gente como ellos y desbaratando planes de gente que incluía joyitas como mafiosos, terroristas y grandes líderes del mal. A sus dieciocho años, Miranda hablaba diez idiomas, podía disparar una pistola y tenía un entrenamiento y unas capacidades físicas que nadie adivinaría en ella. Entre otras cosas, porque ese aspecto de chica normal, tirando a aburrida, formaban parte de la mentira en la que Miranda vivía: por decisión de Gigno, Miranda debía mantener un aspecto lo menos destacable posible, para poder pasar por una joven normal de cualquier país europeo (razón por la que hablaba esos diez idiomas a la perfección) Cumplir las normas y asumir el papel que Gigno te encomendaba era dos normas básicas de la sociedad.

A raíz de sus experiencias como parte del Equipo Alfa de Gigno, Miranda tenía que recibir tratamiento psicológico, por orden de la misma sociedad, pues ciertas cosas podían causar una grave impresión en adolescentes como ella.

Miranda había pasado los veranos en centros donde realizaba entrenamientos especiales (“en cursos de inglés en el extranjero”, decían sus padres), destinados, entre otras cosas, a potenciar sus poderes mentales. Ahora, era capaz de “leer” la mente de una persona mirándola a los ojos y mover algunos objetos a su alcance.

Miranda estaba muy orgullosa de sus habilidades, aunque debía mantenerlas en secreto y hacer lo imposible por no destacar. Eso la frustraba, pues sabía que era especial, diferente a los demás, es más, biológicamente hablando, era superior a ellos. Y aún así tenía que aguantar burlas, desprecios e hipocresías. Poder leer la mente de los demás era muy útil para saber quién es tu amigo o no. Por eso tenía pocos amigos y por eso Lucía era su mejor amiga. Lucía la apreciaba por quien era, sus rarezas le parecían divertidas y le tenía un cariño verdadero. Soportaba bien sus manías, como la de evitar a ciertas personas, por razones que Lucía no alcanzaba a comprender y que Miranda no podía revelarle. ¿Cómo le dices a tu mejor amiga que alguien en quien ella confía solo piensa en reírse de ella? Miranda hacía lo posible por mantener a Lucía alejada de gente que quisiera hacerle daño, aunque a veces eso era difícil (al fin y al cabo, no podía ir pregonando a los cuatro vientos sus razones para no querer juntarse con alguien) por lo que, en ocasiones, solo le quedaba sentarse a escuchar los lamentos por cosas que ella sabía que pasarían.

Por lo que respectaba a su familia, todos (o casi todos) sus parientes cercanos sabían que ella no era una niña normal, pero el tema no se tocaba, como si ignorar lo que ella hacía cuando era reclamada por Gigno convirtiera su doble vida en algo irreal. Hacía años que sus padres no querían preguntar por sus actividades, temerosos de que su hija les revelara que había acabado con un capo de la mafia o desactivado una bomba destinada a algún alto mandatario o quién sabe qué. Miranda se había acostumbrado a no hablar de su vida y de los problemas que la atormentaban, y esa costumbre se extendía a lo que venía a ser su vida normal. Otra cosa más que añadir a su terapia.



Pero Gigno también le había traído cosas buenas. Para empezar, algo en lo que descargar sus frustraciones (había desarrollado una excelente puntería, fruto de descargar adrenalina en los campos de práctica de tiro) Además, había hecho grandes amigos, por llamarlos de alguna forma.

La relación que había forjado con los miembros del Equipo Alfa, la división especial a la que pertenecía, no era exactamente de amistad, más bien era algo un poco más allá. Todos los integrantes, gente apenas unos años mayores que ella, tenían sus propias vidas (o mejor dicho, dobles vidas) fuera de la sociedad, pero a fuerza de compartir entrenamientos y experiencias se había formado un profundo vínculo entre ellos, difícil de nombrar y definir, pero existente, al fin y al cabo.

Pensó en David, Romina, Giovanni y Sergey, sus compañeros, y en Charlie y Madeleine, los responsables del equipo. Ellos estaban más cerca de ella de lo que nadie podía imaginar, más que cualquier pariente o amigo. En ese grupo nunca había preguntas ni secretos. Cada miembro era libre de hablar de lo que quisiera, desde los resultados del fútbol hasta sus problemas sentimentales, o de no hacerlo, sabiendo que los demás escucharían lo que quisiera decir y no preguntarían por lo que se deseaba guardar para uno mismo. Además, nadie mentía, pues las habilidades de Miranda y David lo hubieran revelado en cuestión de segundos. Pero ambos eran lo suficientemente discretos para conocer los pensamientos y sentimientos más íntimos de los demás y no decir nada al respecto.

Las dobles vidas de sus compañeros se dividían en dos grandes grupos, que ellos mismos llamaban “los visibles” y los “invisibles”. Los visibles hacían su vida normal como miembros conocidos por la sociedad: David y los mellizos Romina y Giovanni eran personajes conocidos por el gran público, actor y modelos, respectivamente, mientras que Miranda y Sergey permanecían en el anonimato, como dos personas corrientes a las que nadie miraría. Esto era así intencionadamente: el anonimato de Miranda y Sergey les permitía circular sin ser vistos por cualquier lugar, mientras que la popularidad de David, Romina y Giovanni, sobretodo del primero, les habrían las puertas a mundos vetados para la gente común, permitiendo la puesta en contacto con las élites mundiales. Y eso tenía su parte positiva: Miranda tenía la oportunidad de asistir a las fiestas más glamurosas (algunas como parte de su trabajo, otras por simple diversión) bajo su alter ego más utilizado, Mia Crossbow, una “amiga” de diversos famosos (algunos también parte de Gigno, a otros los conocía por asistir a ciertos eventos). Mia sabía evitar a la prensa y tenía un estilo que difícilmente se podría adjudicar a la sencilla Miranda, por lo que la doble vida quedaba salvaguardada por ropa exclusiva, capas de maquillaje… y unas lentillas azules.

Por eso sabía Miranda de moda (por eso y porque Romina era una auténtica experta, que solía ayudarla a escoger qué ponerse y qué no).

Los pensamientos de Miranda se vieron interrumpidos por un pitido particular, que hizo que casi se cayera de la cama.

- Que sea mi móvil, que sea mi móvil, que sea mi móvil… – rogó, sin demasiadas esperanzas. Pero, como ya suponía, su móvil no era. De modo que, con un suspiro, abrió el cajón de su mesita de noche y rebuscó hasta sacar un aparato idéntico a su teléfono, pero con unas “prestaciones” bastante particulares. Descolgó, pues no atender la llamada no tenía ningún sentido. La persona que la buscaba la encontraría de cualquier manera.

- ¿Sí? – cruzó los dedos y prometió a la divinidad que estuviera de guardia convertirse a su religión si le respondían algo como “Hola, soy Pepito Pérez, llamo desde Timophone para hablarle de la nueva promoción…”

- Tienes trabajo – a Miranda le encantaba el acento británico de Charlie. Le hacía sentir como en una película de James Bond.

- Charlie, me voy a Roma la semana que viene. ¿No puede esperar?

- Ya sabes que nuestro trabajo no admite esperas.

- ¡Pero es mi viaje de fin de curso! Y voy con mi mejor amiga. Charlie, no-puedes-hacerme-esto.

- Lo siento, Mia, esto son lentejas.

- ¿Y si me las dejo?

- Eso no es posible.

- Me lo temía…

- Alguien se pondrá en contacto contigo allí para darte instrucciones. Estate preparada.

- Charlie…

- ¿Qué?

- ¿Te importaría firmarme un justificante para mis profes? Algo como “yo, Peter Charles, jefe de un grupo ultrasecreto de seguridad, autorizo a la agente especial Miranda Ballester, alias Mia Crossbow, a realizar una misión especial altamente peligrosa en la ciudad de Roma”.

- Muy gracioso, Mia.

- ¿Y cómo quieres que desaparezca y aparezca de mi grupo alegremente?

- Te tenía por una experta en salirte con la tuya…

- Charlie, mi profesora está en estado de histeria desde antes de salir, imagínate cuando salgamos del país…

- Pensaremos en algo, Mia, tranquila.

- ¿Y no podéis dejarme en la reserva solo por esta vez?

- Ni lo sueñes, encanto. Te necesitamos.

Miranda colgó, haciendo un mohín, y arrojó el aparato contra la almohada. Las misiones eran emocionantes y le añadían algo interesante a la vida, pero a veces llegaban en los momentos más inoportunos. La joven ya se imaginaba inventando excusas que nadie creería e ingeniándoselas para quedarse a solas, despertando el recelo de sus profesores y los murmullos de sus compañeros.

- Os odio. Os odio mucho. Mucho, mucho, mucho – le escupió al teléfono, pensando en lo que se divertirían sus compañeros.

Ella era la que tenía más dificultades a la hora de escaparse para completar sus misiones. David, Romina y Giovanni campaban libremente por el mundo sin que nadie se preocupara por ello. Sergey provenía de una república ex soviética donde nadie le iba a echar demasiado en falta. Pero Miranda tenía una vida completa, una familia y unos amigos que se preguntaban donde se metía. Sus padres sabían lo que hacía e intentaban disculparla, pero lo cierto es que Miranda había faltado a un sinfín de reuniones familiares y quedadas con los amigos, por no hablar de clases, excursiones y viajes de estudios. Gigno lo gestionaba de forma que ella pudiera seguir su vida de una forma más o menos normal, pero las misiones tenían que resolverse en persona, no a distancia.

Sí, sin duda, David se iba a divertir con sus escapadas. Siempre lo hacía. Le encantaba burlarse de la ajetreada vida de Miranda, quien casi siempre iba acompañada por un libro de texto o unos apuntes para hacer un trabajo o estudiar un examen. Y le encantaba también oírla hablar por teléfono con una amiga, disculpándose por no poder ir al cine con la excusa de tener que ir a una reunión familiar, cuando en realidad se encontraba liberando a un alto ejecutivo americano de la mafia china o algo similar.

Miranda se dejó caer en la cama. Si tenía que escaparse, más le valía empezar a pensar en formas.

1 comentario:

  1. Acabo de leer los dos capítulos de tu historia. ¡Son fabulosos!

    Besos

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